En una nota publicada recientemente y rápidamente difundida por su vigencia insoslayable, Leonardo Boff se cuestiona si la pandemia es una reacción o represaría de Gaia, dando cuenta que el grave problema que afecta a la humanidad es una de las maneras que tiene la naturaleza de manifestar su afección por la irresponsabilidad que la misma humanidad tiene con la vida. Visto de este modo el problema no es el virus, el problema somos nosotros. El ser humano aparece escindido en su relación al todo. Maltratada o rota la unidad planetaria, aparecen las partes dolientes por desavenencia y abuso de la humanidad con la naturaleza. No es difícil de comprender en términos de ética. Es más complejo de sostener en términos de justicia o derecho dentro del sistema capitalista.
Eugenio Raúl Zaffaroni en su obra “La Pachamama y el humano”[1] nos presenta el grave perjuicio que se ocasiona al considerar únicamente a la persona humana como titular de derechos, siendo que la vida no solo acontece en el hombre, sino que solamente la integra.
Años atrás leíamos un libro de Robert Fulghum que llamaba la atención por su título, “Todo lo que necesitaba saber lo aprendí en el jardín de infantes”[i], nos contaba que la sabiduría no estaba en la cima de una montaña, en la universidad, ni que era complicada; al contrario, lo más importante que se necesita para vivir una vida plena, que hacer y cómo se debe ser, se aprende en arenero, en salita y en el patio el jardín de infantes:
Compártelo todo, Juega limpio, no le pegues a la gente, vuelve a poner las cosas donde las encontraste, Limpia siempre lo que ensucies, pide perdón cuando lastimes a alguien, lavate las manos antes de comer, sonrójate, las galletas con leche tibia son maravillosas, vive una vida equilibrada, aprende algo y piensa en algo, dibuja, pinta, juega, canta, trabaja cada día un poco, duerme la siesta, ten cuidad con el tráfico, agárrate de las manos y no te alejes, permanece atento a lo maravilloso.
Son premisas sencillas, que por su claridad y evidencia nos costaría rebatir.
En tiempos de pandemia, la humanidad se vuelve a dar cuenta que la salvación es posible solo con un comportamiento social responsable. Unos de esos tantos mensajes que diariamente estamos recibiendo, a los cuales les damos la bienvenida para no sentirnos náufragos en el medio del océano de la aislación, expresaba una idea similar, las conductas deseables, aquellas que necesitamos para enfrentar este problema como sociedad son enseñadas en las clases de música, educación física y educación artística. La aislación se supera con nuevos lazos, otros modos de tomarnos de las manos para no estar en peligro, quedándonos en casa, por la responsabilidad que cada uno tiene con todos. Y recurrimos a esas herramientas aprendidas desde chicos y fortalecidas en el mejor de los casos por la vida. Cantar, bailar, dibujar, tomarse un tiempo para disfrutar la leche o el alimento que sea, atentos a nuestro interior y al devenir del mundo. De pronto dejamos de ensuciar y las aguas de Venecia aparecieron limpias, dejamos un poco a la naturaleza sin de contaminarla y el cielo nos mostró un color más parecido a cielo que a la nube de monóxido. Aquel que se subió a un yate o a una 4×4 queriendo escaparse aparece expuesto en lo ridículo e incomprensible al no querer permanecer atento a lo maravilloso de la realidad del otro ni querer pertenecer al destino colectivo. Pocas veces queda tan claramente manifestada la importancia de las prácticas comunitarias donde cada uno es necesario como aporte para el fortalecimiento de la sociedad en la búsqueda del bienestar. Quedan los estados comprometidos en la función pública que no debieron perder, garantizar las condiciones de acceso a la salud, alimentación, transporte, trabajo, etc. Quedamos todos comprometidos en el sostenimiento de esas políticas públicas.
Filosofía en danza quiere acompañar el ritmo de la naturaleza y de lo humano, volviéndolo cercano, sencillo y sagrado, recreando un espacio donde presentemos nuestra verdadera condición, para disponernos nuevamente a bailar, a pensarnos, a expresarnos, a compartir responsablemente nuestros afectos, sentires y sueños.
[1] Fulghum, Robert: “Todo lo que hay que saber lo aprendí en el Jardín de infantes” Ideas no comunes. EMECE Editores. Buenos Aires. 1990.